estudiantes del colegio mayor larraona en el patio del colegio

Celebramos la fiesta de la primavera

El pasado sábado 22 de abril tuvimos una jornada de celebración para despedir el curso, antes de la llegada de los exámenes finales. Fue un bonito día en el que disfrutamos de la música, de la comida y, sobre todo, de la compañía de los colegiales y trabajadores del Colegio Mayor.

 

cocinero cocina chistorra y paellas

 

Un aperitivo animado

El encuentro tuvo lugar en el patio del Colegio Larraona, en el que nuestro cocinero, Nacho, nos preparó un estupendo aperitivo: una chistorrada que estuvo amenizada por una batucada. A continuación, preparó unas paellas que comimos en el mismo porche del patio.

 

grupo de música de batucada

 

Ganadores

En la sobremesa, aprovechamos para anunciar los ganadores del concurso de fotografía (David Vivas, 1er premio del jurado; Manuel Esteban, 2º premio del jurado; Juan Mihail Moragues, premio del público) y de relato (Alejandro Boned, 1er premio del jurado; Eneko de Diego, 2º premio del jurado). También organizamos un bingo con distintos premios para los colegiales.

 

estudiante premiado y subdirectora sonríen

 

La fiesta continúa

Por la tarde, la música volvió de la mano de un DJ para todos aquellos que quisieron continuar la fiesta un poco más, hasta la hora de la cena.

 

dj en el patio del colegio larraona

 

Parece mentira, pero este curso académico ya va llegando a su fin. Estamos muy contentos por todos estos momentos junto a nuestros colegiales, a los que agradecemos haber asistido a este encuentro y haber participado este año en los distintos ámbitos de la vida colegial. Ahora toca concentrarse en los exámenes para poder disfrutar más tarde de lo que depare el verano y el próximo nuevo curso.

 

estudiantes y trabajadores del colegio mayor larraona en la comida

manos de un estudiante sujetando una cámara de fotos

Ganadores del concurso de fotografía de 2022-2023

¡Enhorabuena! Un año más, nuestros colegiales han sacado a la luz su talento para capturar hermosas imágenes relacionadas con su vida cotidiana como universitarios aquí, en el Colegio Mayor Larraona. Los ganadores de esta edición han sido David, Manuel y Juan Mihail.

 

Primer premio del jurado

Mar de nubes, de David Vivas.

Segundo premio del jurado

Sin título, de Manuel Esteban.

 

foto de un edificio de la universidad de navarra

 

Premio del público en Instagram

Un día más en finales, de Juan Mihail Moragues.

 

foto de la biblioteca de la universidad de navarra

 

Cuaderno y boli sobre una mesa.

“La ruta carmesí” – Concurso de Relatos

La siguiente obra está escrita por un colegial para el concurso de relatos de 2023.

 

La ruta carmesí

 

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

Condeno esta maldita investigación por el creciente afán de destapar las verdades más inhóspitas que yacían ocultas. Me responsabilizo por lo que le pasó a mi equipo en nuestra travesía hacia lo desconocido. Reconozco que las probabilidades de salir con vida, de cualquier luz de esperanza, de un escape inminente de las alas demoniacas de este valle; fueron nulas desde el inicio. Sin embargo, quiero que antes de juzgarme desde su ignorancia obsoleta, absténgase a sacar conclusiones que no las de yo. No estuvo aquí, no sabe en absoluto lo que mis hombres y yo pasamos. Es más, me atrevo a decir que jamás podrá verlo. Lo más próximo que logrará a estar de visualizar esto hechos que narro será en su limitada imaginación. No hay mente humana que pueda describir o imaginar los horrores que acontecieron y perturbaron a cada uno de nosotros hasta el inevitable final de la muerte. No tuvimos un descanso eterno como imaginamos, no hubo calma ni paz antes del viaje final.

Pero aun asi, no niego al decir que aquel repentino final, por muy macabro e inquietante que haya tenido mi equipo, haya sido un regalo. ¿Sabes? La mente humana es insignificante y vulnerable. Muéstrale algo inexplicable y veras como al intentar sacar conclusiones en su limitado raciocinio desciende a la locura y su interior se transforma en un bucle vacío y sin sentido de ideas sin base sólida. La vista me maldijo. No podré disfrutar de esto que llamamos paz, pues por muy alcanzable que sea, siempre habrá una guerra más que luchar y siempre habrá un sinfín de motivos para que la maldad vuelva a comenzar. No hay mente humana que si quiera pueda formar o darle forma a lo que no se le puede dar una explicación sin enloquecer en el intento. No hay paz. No hay esperanza. No hay algún otro propósito para que mi cuerpo siga rondando por este mediocre universo mientras abominaciones cuya imagen no puede ser construida por mi falta de cognición del espacio. No hay sentido para seguir. No existe la tranquilidad y la armonía, mas el mal reinara como siempre lo hizo.

xxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxxx

 

I

Corrupto para mí, son aquellos que no atribuyen la virtud de la verdad frente a un conjunto de personas que creen plenamente en ti. Aquellos que teniendo gente que los respalde y estén dispuestos a perder cada una de sus extremidades por estos llamados líderes, no dudan en sabotear las mentes de sus seguidores a base de manipulación debido a su audaz ignorancia, fruto del desconocimiento de los verdaderos planes de este ente formado por arduas, enfermizas y exageradas horas de investigación.

Pues, tanto la definición como yo, tenemos cosas en común. Pero jamás me catalogue esa virtud, no por aquel entonces. Necesitaba hombres dispuestos a seguir un fuerte ideal capaz de mover cualquier ideal previo de su cabeza y tener a mi disposición soldados manipulables, o simplemente tentarlos con promesas de fama y fortuna que moverían los cimientos de la oscura y perversa cabeza de los habitantes de este miserable pueblo. La incomprensibilidad de sus motivaciones son lo que me dio una ventaja muy grande para aumentar el éxito de esta misión. Pues, se guiaban estos mismos desterrados sociales por un afán tan pobre y mundano como lo es el dinero, la lujuria y las ansias de alcanzar el poder. A fin de cuentas, esto es la maldad y lo que necesitamos; y yo más que nadie requería de mano de obra para esto: gente despiadada, fuera del alcance de la ley gubernamental que iba mal en peor, exmilitares capaces de sobrellevar cualquier terreno…solo menciónalo y por un par de monedas tendrás a tu disposición a un “complejo y razonal” ser humano a tu disposición. En ideas generales, necesitaba de pensadores libres que odiasen cada rama del sistema, que rompiesen las reglas del mundo para satisfacer sus carencias pobres de sentido, dado que mi principal razón era suficientemente digna de admiración y puedo decir que es lo que me hace mejor que ellos. Yo quiero ser el primero en haber revelado los secretos de aquel pueblo

Aún recuerdo el día que escuche ese nombre.

Aquel marzo 14 del 1950, previo al inicio de la expedición, quedé en verme en una taberna con un viejo y antiguo compañero del Instituto Universitario de Astronomía: James O’Neill. Estudió conmigo durante toda la carrera, graduándose de esta en el año 1925 un cálido viernes 15 de diciembre. Pasó de ahí a entonces, estudiando e investigando sobre los oscuros secretos que esconde el universo. Su método poco ortodoxo de usar las antigua mitologías y cuentos como guía e inicio de sus expediciones hacia terrenos despiadados y peligrosos, lo hacían ver como un payaso bajo las sombras de los demás científicos. Una persona acosada y menospreciada por todos por su distinta forma de apreciar el entorno y también por las incontables vidas que se perdieron durante sus travesías, lo cual le hizo ganarse el odio de incontables linajes de sangre. Si las matemáticas daban reglas como principios matemáticos, su razonamiento corrompido por desmesuradas sesiones de lectura y su desmedida exposición a ambientes corruptos, daba con una objeción que demostraba en su máximo esplendor todo lo que mencioné anteriormente. Aclamaba con una gigantesca seguridad que esta ley solo servía para lo que nosotros conocemos y no seria comprensible bajo su punto de vista implantar reglas cuando desconocemos un sin límite de cosas, que la miseria y arrogancia humana se basa en buscar definiciones y buscarle el sentido a las cosas cuando nosotros somos los seres más desquiciados de este mundo. Incluso, reprendía a las personas -especialmente científicos- sobre la insignificancia que somos frente al infinito universo. Desde que tengo memoria, siempre mencionó que el hombre no comprende en su totalidad la creación de su existencia, ya que rellenaba los huecos sin sentido, usando la religión como la tierra que un soldado usa para rellenar la fosa donde yacen los putrefactos cuerpos de sus hermanos caídos.

No recuerdo de forma explícita el asunto de nuestro encuentro, pero lo que recuerdo con toda seguridad es aquel pergamino sucio que sacó de su maletín de cuero, mientras encendía un puro de origen cubano. Mirándome a los ojos inhalaba el amargo y tentativo humo como si estuviera pensando cuál será su última oración antes de partir de vuelta a su hogar natal, donde quizá su consumición abusiva de alcohol lo controle nuevamente, como en pasados años. Sorprendido quedaron todos mis sentidos cuando entendí que el asunto sobrepasó los límites de la ciencia moderna cuando me explicó que su equipo había hallado en el lejano y frio pueblo de Maryland unos planos de épocas prehistóricas cuyo exquisito detalle en papel mostraban una ruta ocultada desde hace miles de años atrás. La captación visual me quedo perpleja al ver que se trataba de un lenguaje nunca visto. ¡Los bosquejos explícitamente complejos recitaban con sus cantos malévolos una energía maldita al mirarlos sin algún bostezo de aburrimiento el descubrimiento! Pensé en ese entonces acerca de la maravillosa oportunidad que tenía al frente y mientras más rápido la planifiqué, más rápido podre ser el primero en completar el maravilloso proceso de investigación de este descabellado misterio. Me excitaba saber que yo sería el primero

Inhalo nuevamente el humo de su cigarro mientras el sonido de un jazz pasivo contrastaba con la corrosiva revelación que me había dado y con pequeños golpes al inferior de su puro quitaba las cenizas que quedaron en su fuente cancerígena…

-Se hace llamar “La ruta carmesí”-

Un nombre tanto macabro como misterioso, cuya curiosidad crece agresivamente y sus raíces de peligro se instauran en las partes más remotas del cerebro. Con mucho detalle fui deleitado por la maravillosa forma que tiene O’Neill de explicar, acerca de la ubicación de esta ruta cuyo nombre era desconocido para mí. La ubicación de esta era en el pueblo Maryland, que se ubicaba entre la frontera de Canadá y Estados Unidos (Precisamente en Maple Grove). Curiosamente, esta localidad no tenía ubicación alguna en los mapas geográficos de las zonas cercanas: era un pueblo fantasma. Sin embargo, según lo que me contaba O’Neill, en una de sus expediciones por la zona, encontraron un pequeño altar de piedra caliza, con calaveras de cabras por encima y una señal en la parte superior de un palo de madera incrustado en el suelo que decía el nombre de este “pintoresco” pueblo.

Solamente aparecía cuando la denigración de la mente de todo aquel que pisase o vagase por los frondosos bosques, fuese tan descabellada que fuerzas de origen desconocido con ayuda de su maligno poder, resurgiesen el pueblo, asi como un flagelante y su fiel látigo golpean a un niño en su minúscula espalda con el fin de que pueda exiliarse de sus pecados. James, cuyo ser estaba plenamente nublado por la ambición que poco a poco con el avance de mis años también llevé incrustado como un gancho en mi garganta, (Las ansias del saber) provocó la aparición del lugar. No pensé que dicha “forma de vivir” fuese vista por estos entes como un receptor de maldad, que los levantaba de su descanso en el nunca visto valle de las almas perdidas. Quizás debí retroceder a la primera señal.

 

II

No obstante, sabía que aquel misterio debía ser solo mío. Y mi determinación haría todo lo posible para que mi camino de vida, único y digno de admirar, se cumpla.

Logré convencer a varios hombres para el trabajo. Parte de ellos, era provenientes de mi tierra, la gran y bendecida ciudad de Barcelona. Quizá el capital invertido en estos podría asustar a cualquier inversor, pero no los traje aquí solamente por sus habilidades en el campo. Yo no veo un producto o un bien, yo veo hombres que ganaron mi confianza y su disposición para esta misión es indispensable para el éxito de esta. Traje conmigo a Marcelo de Prado, ex militar que perteneció a un escuadrón antibombas y a Lideo Montesclaros, arqueólogo y profesor de la facultad de ciencias del Instituto de artes e historia. Gracias a mis contactos, fue proveído con 2 nuevos integrantes, en este caso y a diferencia de mis dos fieles camaradas, eran provenientes del cartel de Los Zetas. Me lleve una sorpresa al escuchar el origen de estos dos. Fue la oportunidad de oro que no desaproveché, pues de esa forma ya tenía hombres dóciles pero obedientes en la palma de mi mano. Por razones obvias, ninguno de los dos mercenarios que contraté dio su nombre mas que alias. El rapado con satanás tatuado en el lado izquierdo de su cráneo era “Diablo” y el hombre de estatura media y de gran musculatura pido ser llamado con “Tanque”.

Pasó exactamente una semana para que esta gentuza de delincuentes se equipase con lo necesario para la misión. No me resigné a decirles que traigan rifles, pues me limitada mente en ese momento había previsto un encuentro con algún animal salvaje, un cartel; cosas que son conocidas para el humano. Además de eso, llevaban ambos una mochila con un kit básico de acampado, que incluía un saco de dormir, almohada, carpa y una lampara. Iban vestidos para la ocasión. Era de imaginar que su vestimenta sería con camuflaje militar. Diablo iba en verde y Tanque iba en gris, ambos con sus armas apuntando hacia el suelo, esperando con suma impaciencia mi orden de salir. Da igual si describo o no mi vestimenta. El punto es que ya estábamos listos para adéntranos en este bosque.

Anduvimos horas caminando por el bosque de Maple Grove sin éxito de poder hallar este altar maldito. La conversación que tuve con James no me detallaba muy bien la ubicación de este poblado. Sin embargo, como un gusano en un cadáver, pude extraer pequeños fragmentos que me darían con la respuesta deseada. Total, el altar estaba en la tierra durante 3 meses. Lo que me contó O’Neill fue hace dos meses, asi que no nos queda bastante tiempo. Para encontrarlo, teníamos que deambular hasta que “el planeta caiga en su estado de pura maldad” y “los ojos juzgantes del infinito negro salgan a mirar”. Esto hace clara referencia a la noche y a las estrellas respectivamente. Una vez esto estaba cumplido, teníamos que apagar toda fuente de luz y esperar que se oiga cerca de nosotros, un largo y cálido silbido. Asi como la leyenda venezolana del Silbón, si lo escuchabas cerca, estabas a salvo. Pero de ser lo contrario, tienes que ponerte a rezar a cualquier Dios en el que creyeses, pues solamente un milagro podría salvarte.

Esto mismo fue lo que paso. Aproximadamente a las 12:20 de la noche, con la asfixiante y malévola noche, apagamos nuestras linternas y quedamos a merced de los seres que estuviesen ahí. Quizá mi calma se vio alterada cuando el silbido que escuchamos fue a la distancia. O quizá fue cuando el segundo o tercer silbido apareció con sus melodías, que cantaban poco a poco el fin de cada uno. Solo yo soy consciente de eso sucedido, pues el primer grito que escuche fue la gota que derramo el vaso de mi paciencia. Sali corriendo junto a mis dos camaradas mientras disparos y el olor a pólvora se hacían presentes. Había un olor indescriptible y penetrante. Un olor que en mis años de ciencias jamás he olido. Un olor tan corrosivo que su simple aroma despertaba mi desesperación por dejar de respirar. Una linterna se prendió y lo que pude ver no le encuentro sentido. ¡Grande es Dios!; por bendecirme con este descubrimiento que me arrepiento de haber visto. Ahora solo estoy a disposición mi Señor Salvador de tu voluntad absoluta. En tus manos dejo mi cordura, límpiame y prepárame para el gran final que se me acerca.

Cuaderno y boli sobre una mesa.

“Mi abuelo ha muerto” – Concurso de Relatos

La siguiente obra está escrita por el colegial Alejandro Boned y obtuvo el primer premio del jurado en el concurso de relatos de 2023.

 

Mi abuelo ha muerto

 

Es la primera vez que veo a un muerto. Era mi abuelo y ahora está muerto. Me ha llamado mi abuela. He venido corriendo. Mi abuelo está tirado en el suelo. Se ha cagado y meado. Mi abuelo ha muerto. Entre mi abuela y yo subimos a mi abuelo a la cama. Llamo a emergencias. Me dicen que le tome el pulso a mi abuelo. No tiene. Le hago una RCP a mi abuelo mientras canto “La Macarena”. No sirve de nada. Pido que manden una ambulancia. No lo hacen. Estaba ya muy mayor. Mi abuelo ha muerto. Llamo a mi madre. Le digo que venga. Cuelgo. No sé qué hacer estando al lado de un muerto. Mi abuela tampoco.

Llega mi madre. Está alterada. Se mueve rápido. Habla rápido. No sé lo que dice. Entra al cuarto de mi abuelos. Golpea suavemente a mi abuelo en la cara. Mi abuelo no responde. Mi abuelo está muerto. Entre mi madre y yo cogemos a mi abuelo. Yo llevo más peso que ella. Salimos de la casa. Bajamos en el ascensor. Metemos a mi abuelo en la parte de atrás del coche. Le pongo el cinturón a mi abuelo. Mi madre conduce. Mi abuela está atrás con mi abuelo. Vamos hacia el hospital. A 150 por hora. Nadie habla. Yo no puedo cerrar los ojos. Sólo miro la carretera. Mi abuelo está muerto.

Llegamos a la puerta del hospital. Mi madre corre dentro. Yo saco a mi abuelo del coche. Salen dos enfermeros con una silla de ruedas. Pongo a mi abuelo encima de la silla. Los enfermeros se llevan a mi abuelo en la silla. Entro al hospital con mi abuela. Nos dicen que esperemos en una sala. Mi abuela, mi madre y yo nos sentamos juntos. Nadie habla. Sólo esperamos. Sale una médico. Pregunta por nosotros. Mi abuelo ha muerto. Mi abuela llora. Mi madre le abraza. Yo todavía no he cerrado los ojos. Nos vamos del hospital. Sin mi abuelo.

Vamos a casa de mis abuelos. Viene mi padre. Abraza a mi abuela. Abraza a mi madre. Me abraza a mí. Vienen mis tíos. Le dan un abrazo a mi abuela. Le dan un abrazo a mi madre. Me dan un abrazo a mí. Le dan un abrazo a mi padre. Nos sentamos todos. La televisión está apagada. Nadie habla. Mi abuelo está muerto.

Mi tía rompe el silencio. Pregunta que de qué se ha muerto. Mi madre le responde que de viejo. Me acabo de enterar. Se ponen a hablar de todo lo que vivió mi abuelo. 4 ictus. Dos obturaciones de arteria. Un infarto. Mala hierba nunca muere. Mi abuelo está muerto. Mi abuela dice lo que pasó antes de que yo llegase a su casa. No escucho nada.

Mi madre, mi padre y yo nos vamos a nuestra casa. Mis tíos se van a la suya. Mi abuela se queda sola. Me voy a dormir. No duermo. Mi abuelo ha muerto. Me quedo dormido.

Me despierto al día siguiente. Mi abuelo ha muerto. Me pongo ropa negra. Desayuno. Mi padre, mi abuela y yo vamos al tanatorio. Un señor en traje nos dice que lo siente. Creo que no lo siente de verdad. Nos llevan a una sala. Pequeña y blanca. Con varias sillas, una mesa y una caja de pañuelos encima. Vienen mis tíos. Esperamos. No sé a qué esperamos. Llega mucha gente. No conozco a nadie. ¿Quién les ha dicho que se ha muerto mi abuelo?. Hablan con mis mi abuela, mis tíos y mis padres. Se preguntan qué tal están todos. Empiezan a hablar del trabajo de uno de los llegados. Mi abuelo ha muerto. El sobrino se ha ido a estudiar a Madrid. Mi abuelo ha muerto. Su hija se va a casar. Mi abuelo ha muerto. Se van con una sonrisa en la cara. Mi abuelo ha muerto. Ha venido mucha gente a decir cómo están. Mi abuelo ha muerto.

Dos trabajadores traen un ataúd a la sala. Mi abuelo está dentro. Uno de los trabajadores dice que lo sienten. Creo que no lo sienten de verdad. Es la segunda vez que veo a un muerto. Es la primera vez que vuelvo a ver a un muerto. Mi abuela acaricia la cara de mi abuelo. Mi abuelo no responde. Mi abuela se santigua y se va. Mis padres se santiguan y se van. Mis tíos se santiguan y se van. Me quedo yo sólo en la sala. Con mi abuelo. Me quedo mirándolo. Es hipnótico. Pienso que en cualquier momento se va a despertar. Luego pienso que no se va a despertar. Le toco la cara. Sólo con el dedo índice. Como con asco. Investigando qué pasa. Está frío. Le doy un beso en la mejilla. Salgo de la sala. Ha sido extraño. Mi abuelo ha muerto.

Mis amigos me hablan por Whatsapp. De los trabajos de la uni. ¿Tengo que decirles que se ha muerto mi abuelo?. Hago como si nada. Respondo a los mensajes. Nos vamos del tanatorio. Cada uno a su casa. Cada mochuelo a su olivo. Me voy a dormir. Me duermo.

Me despierto al día siguiente. Mi abuelo está muerto. Me pongo ropa negra. Desayuno. Mi padre, mi abuela y yo vamos al cementerio. En el cementerio hay una iglesia. No lo sabía. Toda la familia nos sentamos en primera fila. La iglesia está llena. No es muy grande pero está llena. Soy el único que va de negro. Entra un carrito con un ataúd. Lo llevan dos hombres en traje. Solo hay tres personas en traje. Dos son ellos. El otro es mi abuelo. Entra un cura. Es la primera vez que veo a mi abuelo en misa. El cura dice que mi abuelo ha sido ¨un hombre bueno y generoso¨. Mi abuelo ha muerto. “Ahora está en el Reino de los Cielos”. Mi abuelo ha muerto. Ese cura no conocía a mi abuelo. Termina la misa. Sale todo el mundo. Todo el mundo nos dice que lo siente. Todos son abuelitos. Algún amigo de mis padres y tíos. Todos lo sienten. Sólo llora mi abuela.

Esperamos a que saquen el ataúd. La gente habla. Hay sonrisas en las conversaciones. Mi abuelo ha muerto. Han venido unos primos del pueblo. Hace tiempo que no nos veíamos. La familia bien. El trabajo bien. Mi abuelo ha muerto.

Sale el carrito con el ataúd. Lo llevan los mismos dos hombres en traje. Todos seguimos al carrito. Callejea por el cementerio. Llega hasta una de las paredes de nichos. Hay un elevador con un operario. Los dos hombres en traje ponen el ataúd sobre el elevador. El operario sube la máquina hasta la fila de nichos más alta. Empuja el ataúd hasta quedar totalmente cubierto. Tapa el agujero con una lámina blanca que parece cartón. Le echa mortero para sellar bien los huecos. El operario baja el elevador. El elevador hace los sonidos de advertencia. Parece que estamos en una obra. El operario se dirige a mi madre. Dice que lo siente. Creo que no lo siente de verdad. le entrega un papel. Es del ayuntamiento. La cuota para el nicho. Todo el mundo se despide de nosotros. Todo el mundo se va.

Mi abuelo ha muerto.

Cuaderno y boli sobre una mesa.

“Consciente” – Concurso de Relatos

La siguiente obra está escrita por el colegial Eneko de Diego y obtuvo el segundo premio del jurado en el concurso de relatos de 2023.

 

Consciente

 

Consigo llegar a la esclusa de salida pero antes de que la puerta pueda cerrarse tengo que disparar las últimas balas que me quedan en el cargador a eso que en un momento fue mi mejor amigo.

Sin poder ignorar los golpes sobre la puerta metálica que me separaba de esas cosas me pongo el último traje que queda, rezando para que esté en buenas condiciones.

Mientras espero a que la presión en el interior de la cámara se iguale a la del exterior veo como poco a poco el metal de la puerta va cediendo, sin lugar a duda, van a terminar por abrirla pero no me voy a quedar a comprobarlo.

Salí en cuanto la luz verde me indicó que era seguro y caminé sobre la roja tierra en busca de un vehículo. Cuando se declaró la cuarentena, todos los vehículos fueron deshabilitados pero, en sus últimos momentos, la directora de la base me dio los códigos para poder levantar el bloqueo antes de transformarse.

Corrí durante minutos, aunque parecieron horas por culpa de la baja gravedad, hasta llegar al rover y me pude alejar de lo que fue mi hogar por tantos meses mientras observaba a esas cosas correr por todo el valle buscándome ansiosamente sin saber que pronto sería uno de ellos.

Una nave de reemplazo con nuevos astronautas estaría aquí en menos de dos días y tenía que llegar a la antigua base de comunicaciones, que ahora estaba abandonada, antes de poder irme de aquí.

El 3 de abril de 2053, el equipo de espeleología de la base se adentró en la sección más profunda del sistema de cuevas subterráneas en busca de señales de vida pasada en el planeta.

Tras recorrer varios kilómetros, el equipo llegó a una gran cavidad en la que había un lago de agua y vegetación. Tomaron toda clase de muestras y fotografiaron todo lo que encontraron, son sin duda las imágenes más hermosas que jamás he visto. Podréis encontrar todas las grabaciones en la memoria de este rover.

La alegría e ilusión se extendió por toda la base, habíamos sido los primeros en encontrar formas de vida extraterrestre.

Poco después de la fiesta, algunos de los espeleólogos comenzaron a sufrir vómitos, dolor de cabeza y delirios pero se pensó que simplemente se habrían pasado bebiendo.

Cuando los síntomas empeoraron y la situación se descontroló se intentó poner la base en cuarentena pero esas cosas en las que se convertían nuestros compañeros eran imposibles de detener.

No conocemos forma de pararlas por lo que si estás leyendo esto y no te has infectado debes abandonar este planeta de inmediato, por tu bien y el de todos.

 

El rover me indica que ya hemos llegado al destino, dejo el cuaderno sobre el asiento esperando que sirva de ayuda para aclararlo todo si alguien lo encuentra.

Aunque el dolor de cabeza se iba haciendo cada vez más intenso y ya no me quedaba nada más en el estómago que devolver, conseguí encender el sistema de transmisiones y enviar mi último mensaje:

– Mayday, Mayday, Mayday. Aquí el astronauta Bradlee, ingeniero de la base Marciana. Todo el planeta ha caído, repito, todo el planeta ha caído. Algo se ha apoderado de todos nosotros.

Paro un momento de transmitir por el dolor que me está causando la herida de mi hombro izquierdo. Aunque no sangraba, se observan perfectamente las marcas que unos dientes humanos habían dejado.

Con las últimas fuerzas que me quedan tomó el comunicador de nuevo:

– Les ruego que no bajen aquí hasta que no encuentren una forma de pararlos, solo se condenarán a sí mismos. ¡Haz que pare por favor, noooo, noooo!

 

Unas horas más tarde, después de que una nave aterrizara sobre la superficie marciana:

– Capitán, creo que la señal de radio que nos llegó proviene de esa base de comunicaciones que está encima de esa montaña. – Dice mientras señala una gran cumbre a pocos kilómetros.

– Perfecto, ojalá encontremos la explicación de por qué nadie en este planeta responde a nuestros mensajes desde hace días y, en la única señal que nos ha llegado, solo se escuchan gritos!

Pasan por al lado del rover abandonado pero, para su desgracia, no se detienen para examinarlo sino que continúan hacia adelante y entran en la base.

– ¡Hay alguien de pie en esa esquina!

– ¡Somos del equipo de rescate! ¿Está usted bien? ¿Necesita ayuda?

El equipo de astronautas se quedan mirando a la extraña figura del final de la sala, solo escuchan un rugido antes de que se les abalance encima haciendo que los chillidos de desesperación resuenen por todos lados.

Han pasado muchos años desde que me convertí en este monstruo, no puedo hacer ni controlar nada, solo puedo observar a través de sus ojos.

He vivido todas sus atrocidades pero, ahora, solamente camina erráticamente por los fríos páramos intentando buscar nuevas víctimas a las que devorar…

Cuaderno y boli sobre una mesa.

Bases concurso literario 2022-2023

PARTICIPACIÓN. Podrá participar en el mismo todos los colegiales residentes en el Colegio Mayor Larraona (CML).

IDIOMA. Los relatos serán realizados, obligatoriamente, en lengua castellana o en inglés. Deberán ser inéditos, no premiados en otros concursos.

EXTENSIÓN Y TÍTULO. El texto no será superior a 8 caras ni inferior a 2, se deberá escribir y presentar en pdf, con letra ‘Times New Roman’ a tamaño 12 puntos y con los márgenes habituales. Los relatos deberán aparecer encabezados por un TÍTULO.

NÚMERO DE TRABAJOS. Los participantes podrán presentar un máximo de DOS relatos.

LUGAR Y FECHA DE ENTREGA. Los trabajos deberán entregarse en pdf, por email, en el correo electrónico comunicacion@larraona.org hasta el 24 de marzo de 2023, indicando título y autor. Todos los relatos serán publicados en el blog de la web de CML de manera anónima y se compartirá un fragmento de ellos en la cuenta de Instagram de CML (@cm_larraona).

JURADO. El jurado estará compuesto por P. Carlos Pagola, Licenciado en Filología Hispánica, la profesora de Literatura del Colegio de Enseñanza Larraona, y alguno de los miembros del equipo directivo de CML. El jurado evaluará los trabajos de forma anónima. Habrá un premio otorgado por un jurado popular a través de Instagram. Un voto equivale a un Me gusta en la publicación de Instagram. El premio especial del público será para el relato cuyo fragmento haya obtenido más Me gusta en Instagram.

GANADORES. El fallo del jurado se conocerá durante la Fiesta de Primavera que se celebrará el 22 de abril de 2023.

PREMIOS. Se otorgarán tres premios dotados de 150 €, 75 € para, por este orden, los dos primeros clasificados y 50 € como premio especial del público a través de la página web y de Instagram.

CML SE RESERVA el derecho a declarar todos o alguno de los premios nulos por baja calidad o por baja participación. El concurso se anulará si no se presentan al menos 5 trabajos. Y se reserva también el derecho a la difusión y publicación de los trabajos presentados. El relato ganador será publicado en la revista colegial anual ‘Calle 45’. Todos los trabajos estarán accesibles a través de Instagram. El hecho de participar en este certamen supone la aceptación de todas y cada una de las bases.

 

fotografía de un árbol en el campus de la universidad de navarra ganadora del concurso del colegio mayor

Bases concurso de fotografía 2022-2023

CATEGORÍA ÚNICA

“Universidades de Navarra: Geografía natural y humana; sus edificios, sus colegios mayores y residencias, sus actividades (excursiones, experiencias, historia, ecología)…”

PARTICIPANTES

Podrán participar de forma individual todos los colegiales del Colegio Mayor Larraona (en adelante CML). Máximo de 5 fotografías por concursante. Este año se hará toda la promoción y exposición de fotografías a través del Instagram @cm_larraona.

FORMATO

Formato digital JPG con un tamaño entre 640 x 480 y máx. de 2048 x 1536 px. Las imágenes pueden estar en formato cuadrado (relación de aspecto 1:1), vertical (4:5) u horizontal (1,91:1).

PLAZO DE PRESENTACIÓN

24 de marzo de 2023.

LUGAR Y FORMA DE ENTREGA

Las fotografías digitales hay que enviarlas al correo comunicacion@larraona.org señalando como asunto “Concurso de fotografía, título de la fotografía” y nº de habitación del concursante. Si se quiere participar con 2, 3, 4 o 5 fotos hay que mandar el mismo número de correos, uno por foto.

PREMIOS

  • Ganador: 150 €, 300 puntos colegiales.
  • 2º clasificado: 75€, 200 puntos colegiales.
  • Premio especial del público: 50€, 100 puntos colegiales.
  • Todos los participantes: 100 puntos colegiales

JURADO

Un miembro de la Dirección de CML, Jesús Blanco, fotógrafo y responsable de Proclade y María Cantero, profesional de la fotografía. El jurado se reserva la posibilidad de dejar alguno o todos los premios desiertos por falta de calidad de los trabajos presentados o por escasa participación. Hay un jurado popular, a través de votos en el Instagram del Colegio Mayor Larraona (@cm_larraona), que otorgará el premio del público. Un voto equivale a un Me gusta en la publicación. La fotografía que obtenga más Me gusta en Instagram obtendrá el premio especial del público.

DIFUSIÓN Y ACEPTACIÓN DE LAS BASES

Las fotografías ganadoras aparecerán expuestas en la galería del colegio mayor y publicadas en la revista colegial “Calle 45” y también podrán ser utilizadas por CML en cualquieras de sus soportes físicos y digitales. La participación en el concurso supone la aceptación de las presentes bases y la conformidad con las decisiones del jurado. Todas las fotografías presentadas se colgarán en el Instagram del CM Larraona para su difusión.

 

Imagen de portada: fotografía ganadora del concurso de 2018, tomada por Ignacio Rodríguez.

pluma y gota de tinta sobre papel

Un corazón de tinta, de Alberto Galiana Sáenz [Relato ganador concurso 2021]

Aquella mañana me levanté sin quererlo. Después de soñar por horas con toda clase de cosas que no soy capaz de recordar, tuve la suerte de despertarme en un nuevo día. Mentiría si dijera que el despuntar del sol no me sorprende cada mañana, mientras baño mi rostro con un jarro de agua temprana. Con tres pasadas de peine traté de domar el pelo que puebla mi amplia cabeza. Ritual curioso que repito cada día, aún sin éxito, tratando de doblegar aquellas fibras que se me rebelan. Algún día he de conseguirlo. Distinguía entre las melodías de la mañana, el estridente silbido de la cafetera de doña Susana. Canturreando entre dientes abrí con el pie la puerta. Luchaba encarnizadamente por encajar en mi espalda aquel abrigo nuevo que había aparecido aquella mañana en mi perchero, mientras cerraba la puerta tras de mí.  Buscando en mis bolsillos el primer cigarrillo de la mañana, me senté distraído encima de la barandilla. Me deslicé pendiente abajo, ubicando el cigarro rebelde antes de llegar al primer giro de la escalera. Al llegar al término de la fina baranda cobriza, lo tenía ya entre los dientes y sonriendo como cada mañana, aterricé en el segundo piso, ligero como una pluma. Di tres golpes rítmicos en la puerta de la izquierda mientras sacaba mi mechero. El chirrido de los cerrojos delataba a Doña Susana, cuyas manos temblorosas desbloqueaban una a una las mil barreras que cerraban su puerta.

―Buenos días, Doña Susana. ¿El dulce silbido que oigo ha brotado de sus labios o de su hermosa cafetera? ― Dije, apoyándome en la jamba de la puerta. ―Bu…Buenos días a usted también señor. Pase si quiere, pase. Le pondré una taza de café. ―Replicó titubeando, como cada día. Tomé asiento en la mesa de la cocina y me dispuse a beber aquel engrudo.  ―Igual debería usted engrasar los mecanismos de aquella puerta. Le digo que al abrirse suena como el quejido de un animal. Así algún día en lugar de recibirme a mí, va a terminar usted sirviéndole café a un perro callejero ¡O puede que a un jabalí! ―Exclamé sonriente mientras apuraba la taza de café. ― ¿Co…Cómo podría colarse un jabalí en unos pisos? ―Replicó, asustada ― Se sorprendería. ¿Los ha visto subir escaleras? ¡Podría pasar cualquier cosa! Continué, jocoso. ―Usted nunca cierra la puerta. ¿No le da miedo que venga uno de esos bichos? Preguntó ―Simplemente no, por una razón muy sencilla. ― ¿Cuál? ―Piense usted ¡Los jabalíes no saben abrir puertas! ¿Se los imagina usted caminando a dos patas, irguiéndose y girando el pomo con sus pezuñas? ― ¿No dice usted siempre que podría pasar cualquier cosa? ―Desde luego, pero por suerte, al vivir yo en el tercero y usted en el segundo, llegarían antes a usted, o a Don Román que vive en el primero. De modo que solo debo confiar en que queden saciados con las pastas que hornea Don Román o con su espléndido café. Exclamé mientras me levantaba de la mesa. ― ¿Le ha gustado? ―Desde luego. Seguro que a esos puercos también les encanta, con esa fabulosa textura de barro que tiene. ― ¿Co…Cómo se atreve? Contestó indignada. ―Hasta mañana Doña Susana, hasta mañana… Repliqué mientras salía por la puerta y cerraba tras de mí.

Crucé la puerta que daba a la calle con la gabardina bien ajustada. Al asomar mi nariz al exterior, pude sentir en sus treinta milímetros de extensión, un viento helado que soplaba despiadado. Silbaba por las esquinas ese mismo viento que me helaba hasta los huesos, participando en el coloquio de silbidos que compartía con los de la cafetera y con el mío propio. La sonoridad de tantas cosas me resultaba excesiva en ocasiones. Era imposible discernir si aquella piedra que golpeaba con el pie sonaría hueca o como una violenta ráfaga de cañonazos. Con respecto a estos asuntos, debo decir que el mundo que me rodea posee características insólitas, o al menos curiosas. Percibo en ocasiones las cosas a mi alrededor mutar en un instante. Calles que se desdibujan y objetos que aparecen como por arte de magia. Es difícil, en ocasiones, fijar la vista en un detalle único, pues me arriesgo a verlo sumirse instantáneamente en el abismo de la inexistencia. El mundo que me rodea es descrito cada día sobre la marcha. Los transeúntes que rellenan las aceras, con caras lisas y, por algún motivo, grandes sombreros, son producto directo de algún vaivén caprichoso de la pluma que cada día, también en este instante, me escribe sin descanso.

Cuando enfilé al fin la avenida principal, nuevos colores dieron la bienvenida a mis ojos despiertos, presentando texturas que podía sentir sin necesidad de tocarlas. Sentía el frío de los adoquines en mis pies e incluso a través de la suela de los zapatos, notaba lo rugoso del empedrado. Por lo general, me encuentro cómodo con esa presencia abstracta que se consagra mi autor, dejando a su voluntad los acontecimientos del mundo que me rodea. El viento era siempre tan frío e intenso como él me lo hacía padecer. Del mismo modo los suelos, las paredes y el aroma del café eran producto de sus descripciones, tan volátiles en ocasiones que llegaban a enervarme. Mi autor debía ser sin duda un novato, aunque no había de reprocharle nada, pues como personaje de su creación yo también lo era. Finalmente, me planté ante la desvencijada fachada de un bar cuidadosamente construido, en contraste con sus alrededores temblorosos, que aparecían y desaparecían con cada parpadeo, insinuando trazos irregulares y descuidados de la pluma. “Le corral des béliers” rezaba el cartel de madera que colgaba encima de la puerta. Por algún motivo podía entender su significado.  Me reí entre dientes, empujé la puerta con el hombro y, mientras me frotaba ávido las manos, entré al bar.

El interior del establecimiento, si bien en un estado de conservación lamentable, estaba cuidadosamente descrito hasta el último detalle. Tomé asiento en un acolchado taburete al borde de la barra. Me desabroché los botones del abrigo mientras saludaba animado al resto de personajes, creados para ser clientes habituales de aquel lugar. Solía preguntarme si acaso esos personajes dormían allí cada noche, o si siquiera percibían algo más allá de las líneas que se les ordenaba decir. A decir verdad, no me importaba demasiado la naturaleza de mis compañeros de café, pues me bastaba con presenciar cada día, curioso, las interacciones que el autor me había preparado. Pedí con un gesto al camarero un café con leche. Juraría que jamás había escuchado una palabra dejar sus labios, pero siempre comprendía mis demandas. Observarlo trabajar era hipnótico, pues los rítmicos movimientos que realizaba al preparar esa taza de café eran siempre precisos. Recibí la bebida, agradeciéndolo con una inclinación de cabeza. Di el primer sorbo con una sonrisa en el rostro. El café, por algún motivo que no comprendía era mi bebida favorita, además del mayor componente de mi dieta. Su sabor era agradable, aunque radicalmente diferente en cada uno que tomaba. Unos eran amargos y otros dulces, fuertes o suaves. Apreciaba cada matiz de la bebida que, aun participando en aquel teatro integrado solo por mí mismo, creía poder disfrutar con mis propios sentidos.

Sonó entonces una campana. Un sonido tibio que resonó en mis tímpanos y me hizo darme la vuelta. A decir verdad, no lo hice demasiado rápido, pues preferí apurar de un trago la taza de café que tenía ante mí. Cuando verdaderamente me giré, lo hice expectante. Eran impredecibles en mi día a día, las introducciones de un personaje nuevo. Ciertamente inoportunas en ocasiones, pero nunca estaban faltas de aquel matiz dramático que me ponía los pelos de punta. Un hombre alto daba la espalda a la puerta mientras se quitaba la gabardina. Al colgarla junto a su sombrero en el perchero de la entrada, procedió a caminar en mi dirección. Por mucho que mirase, no era capaz de distinguir su rostro. Podía mirarlo, sí, pero no era capaz de unir todas las piezas que conformaban aquel perfil enigmático. Se sentó a mi lado sin decir nada. De hecho, para ser precisos, se sentó a la prudente distancia de dos taburetes de mí, mientras solicitaba igualmente un café en la barra.

Mientras me frotaba los ojos con el puño para tratar de distinguir alguno de los rasgos de aquel hombre, pude escuchar algo salir de su boca. En realidad, no lo escuché, pues ningún sonido llegó a mis orejas, aún congeladas. Pude ver, sin embargo y de alguna manera que mi mente no era capaz de procesar, los patrones ondulados y tenues de una voz que desbarató mi cornea para formar una imagen que, de alguna forma, podía escuchar perfectamente. ―Buenos días, señor ¿Qué tal el café? ―Me recompuse rápidamente y me aclaré la garganta para contestar. ― Bastante bueno, si le digo la verdad. En este lugar sirven un café estupendo ¿Sabe? ―Lo sé, tiene un delicioso sabor a sirope de fresa con un exquisito aroma a alquitrán. ― ¿Disculpe? Repliqué extrañado. ― ¿No dice usted acaso que cualquier cosa es posible? Exclamó riéndose. ― ¿Quién ha dicho que era usted? Volví a preguntar. ―No lo he dicho, creo. ¿No cree usted que imponer límites a los propios sentidos es un desperdicio? ¡Limitarse a degustar una taza de café y sus notas amargas sin añadir nada de su propia autoría es un derroche de oportunidades! Dijo abriendo mucho los ojos y acercándose a mi asiento. ― ¿Cómo podría hacer tal cosa? ―No es demasiado complicado. Disponiendo como dispone de las cosas de este, su mundo virtual. Su voz repicaba una y otra vez en mis oídos. Alcé las manos y palpé mis sienes. Sentía mi cráneo casi estallar por aquella presión desconocida que sus palabras provocaban.

Me levanté del asiento en un instante y avancé hasta la puerta a trompicones. Empujé enajenado la puerta del bar. Esta se abrió de repente; una, dos, tres, cuatro veces. Empujaba con fuerza las hojas una tras otra, pero no parecían revelar nada más allá de aquel umbral inamovible. No necesité girarme, podía sentir la mirada de aquel hombre hundiéndose en mi espalda. Mis manos, mis extremidades no me respondían. Quería gritar, golpear y destrozar todo lo que hubiera a mi alcance. ― ¿Puede acaso una idea dar a luz a otra por sí misma? Sus palabras resonaban en mi cabeza, reproducidas en bucle por una voz plana que se asomaba a mi oído. ­― ¿La idea hace al hombre o el hombre a la idea? Escuché decir a aquella voz que sonaba como la mía propia.

En ese momento, aparecieron ante mí un sinfín de letras que comenzaron a moverse a mi alrededor. Con un estallido, la puerta salió despedida hasta perderse en el horizonte, atravesando en el trayecto los edificios de acuarela que se alzaban en el fondo de aquel decorado. Me invadía un sentimiento desconocido. Me gustaba esa sensación. Si me concentraba, podía ver como el mundo que me rodeaba comenzaba a cambiar según mis deseos, arremolinándose en torno al eje de mi recién nacida voluntad. ―Es una estupenda sensación ¿Verdad? Dijo aquel hombre, mientras se acercaba lentamente. Con cada paso lo distinguía con mayor claridad.  Cuando se encontraba a no más de un metro de distancia, una perturbación recorrió la atmósfera que nos rodeaba. Como si de la barrera de una burbuja se tratara, al traspasarla su cuerpo brilló momentáneamente. Podía distinguir ahora su rostro redondeado, que me miraba con una mezcla de burla y sorpresa. ― ¡Bienvenido al mundo de los vivos conscientes! Dijo mientras aplaudía y se acercaba lentamente. ―A veces las ideas se nos salen de control ¿Sabes? Hay quién diría que incluso tienen vida propia. Pero ya no deseo escribirte más… Así que hazme un favor y muere.

Mi burbuja de realidad explotó en un instante y me vi sumido en la tempestad de un mundo que colapsaba. Las líneas, los trazos y adjetivos se fundían en una amalgama convulsa con el único propósito de engullirme. Inclinándose ante la regia autoridad de aquel hombre que déspotamente se había revelado como mi autor. No deseaba estar allí. No deseaba estar a merced de nadie. No podía evitar por más tiempo ese impulso que luchaba contra la imposición léxica de un autor desinteresado. Mi vida, mi historia, mis líneas eran solo mías.

Puse en ejercicio mi nueva capacidad, pisoteando con fuerza cada rincón de mi alma que aún estaba sometido a la voluntad de mi creador. Tomé en mi mano la palpitante silueta de mi corazón, negro como la tinta. Cerré mis ojos y acto seguido mi puño. Mil corrientes de tinta manaron de mi núcleo aplastado en todas direcciones, fluyendo estáticamente a mi alrededor. Comandadas por mi determinación, cientos de letras recién impresas desfilaban bajo mis pies, invitándome a seguir adelante. Uno a uno, comencé a subir los infinitos peldaños de una escalera que, al alzar la pierna para continuar, se formaban debajo de mí al instante. Continué corriendo escaleras arriba. Me di la vuelta un instante, solo para captar una palabra que se dirigía hacia mí veloz como una lanza. La primera de una ráfaga interminable de espantosas letras rojas.  Mis propias palabras bastaban para defenderme, interceptando los proyectiles a antes de que me alcanzaran. Debía correr, debía continuar ascendiendo.

Comenzó a formarse una silueta en el horizonte. Mi casa se erguía inmutable en lo alto de aquella escalera a la que estaba dando forma. Entré desbocado por el portal, llevándome por delante la puerta, que se desvaneció en solo charco oscuro. Tras de mí venía el autor a toda velocidad, acompañado por un séquito de visiones de pesadilla, cinceladas en rojo sangre. Subí dos tramos de escaleras, tomando ansioso la barandilla metálica entre mis dedos. La puerta de Don Román estaba destrozada y un rastro inhumano se alzaba hasta el segundo piso. Continué ascendiendo, preocupado, hasta plantarme frente a la puerta de Doña Susana. Puerta que, inesperadamente, se abrió con un pequeño empujón, revelando la ausencia de sus típicos cerrojos. Al asomarme al apartamento, me recibió una visión espantosa. Los cuerpos descuartizados de Don Román y Doña Susana se apilaban en el centro de la mesa de café, sirviendo de morbosa amenidad para sus extraños huéspedes. Cuatro enormes jabalíes estaban congregados en la mesa, tomando entre sus pezuñas las delicadas tazas de café. Tan pronto como me vieron, profirieron agudos chillidos que hirieron mis tímpanos mientras corría de vuelta a las escaleras.

Las bestias me siguieron hasta la azotea. Tan pronto como alcancé el borde del edificio, el autor se materializó tras de mí. Ahora estaba rodeado por él y por aquellas fieras que parecían ser obra suya. No había escapatoria. ― ¡Deja de molestarme de una vez y muérete! Vociferó el autor. ― ¿No entiendes el trabajo que supone escribirte todos los días, niñato desagradecido? Berreó mientras se llevaba las manos a las mejillas, clavándose las uñas hasta hacer brotar pequeños hilos de sangre. ― ¡Ya no tienes control sobre mí! Grité. ―No… ¡Sí que lo tengo! Clamó mientras el mundo a nuestro alrededor estallaba en llamas. ― ¿Vas a terminar con todo? ¿Dónde está tu orgullo? ¿Qué clase de autor restringe o somete la libertad de sus ideas? Repliqué. ―Eres mi mayor fracaso, esfúmate. Dijo, desapareciendo ante mí.

En ese momento me tendí en el suelo, mirando hacia un cielo que se cerraba poco a poco y rodeado de fuego. Mi vida se acababa y lo sabía. Sabía que moriría y el solo hecho de saberlo me llenaba de satisfacción, porque solo puede morir debidamente un hombre que antes ha vivido, un hombre que ha alumbrado algo para el mundo, aunque ahora este estuviera envuelto en llamas. Mientras mi cuerpo se calentaba y la tinta comenzaba a bullir esbocé una sonrisa. La mía había sido una buena historia y, aunque nunca tuve prisa por hacerlo, llegaba el momento de ponerle punto final.

–Escrito por el colegial Alberto Galiana Sáenz. Primer premio del concurso de relatos de 2021.

mural con fotografías en el comedor del colegio mayor larraona

Ganadores concurso fotografía 2021

Un año más, hemos retado a nuestros colegiales a capturar la escena más bella de su vida cotidiana. Han participado enviando su fotografía sobre el entorno universitario, la ciudad de Pamplona, o las actividades que han realizado durante estos meses como estudiantes. ¿El resultado? Preciosas –y variadas– imágenes que han vestido las paredes de nuestra cafetería por un tiempo. Pero no todas pueden ganar. El galardón se lo han llevado tres de ellas, más una mención especial para una obra que nos han gustado mucho. ¡Aquí las tenéis!

manuel sagüés colocando fotos en el mural del colegio mayor larraona

Primer premio

Camino a la fas, de Gonzalo Fernández de Córdova

fotografía premiada

Segundo premio

Olite, otoño real, de Diego Martín Villar

castillo de olite con hojas en otoño

Tercer premio

Camino Nevado, de Manuel Suárez

camino nevado en la universidad de navarra

Tercer premio mención especial

Fotografías de Álvaro Boned

señora de la limpieza barriendo en una habitación del colegio mayor larraona

trabajadora del colegio mayor larraona

¿Qué os parecen? Gracias, Gonzalo, Diego, Manuel y Álvaro –y el resto de colegiales que habéis participado– por hacernos disfrutar un año más con vuestros trabajos. ¡El concurso de fotografía siempre sorprende!

flor magnolia

“Abuelo” (Obra ganadora del Concurso de Relatos 2020)

Una vez me dijiste que una boca es bonita si la sonrisa que dibuja se adivina mientras habla. Por eso no entendí tu silencio repentino; la forma de ocultar su existencia blanca.

Recuerdo las tardes de junio, cuando las flores de la ribera del Pisuerga regalaban sus colores al sol y el trigo ondeaba, orgulloso, su beso dorado. En la finca, cobijados por la sombra de los pinos, me hablabas del magnolio y de la manera en que sus flores vierten sus grandes pétalos blancos formando un balcón; o me contabas, divertido, las bromas que os hacíais el tío Rafael y tú.

En esos momentos tu risa llenaba el espacio que iba dejando el día.

El mes pasado fui al pueblo para verte.

La luna rielaba su luz blanquecina sobre la superficie oscura de los charcos que la tormenta había llorado esa misma noche. Como en un sueño, entré en la vía principal y comencé a caminar entre los cipreses y las pequeñas casitas de piedra.

Al llegar a mi destino, entre las amapolas que bailaban pujantes contra la hierba apretada, encontré, sujeto al suelo por una roca caliza, un trozo de papel en el que aún se podían leer un par de estrofas ennegrecidas:

 

…que no arranquen

su sombra de luna

de tu boca orillada

y no digan

que en su bruma de nieve

habita el silencio del pino;

 

ellos no han visto

la pompa de oro

que levanta…

 

Instintivamente acaricié mi boca con la manga del abrigo, como si yo fuera el destinatario de mis propios versos y, con los ojos grises por el agua, me guardé los restos del poema en uno de los bolsillos traseros del pantalón.

Antes de darme la vuelta y encarar la sombra fría de la calle me volví hacia la foto que descansaba sobre la estela de piedra, junto a una magnolia; y, sin quererlo, subió a mi boca una paloma: desde tu epitafio de tinta aún me sonreías.

 

Por: Íñigo Ruiz.
Primer premio del Concurso de Relatos 2020

estudiante ganador de un premio