Iñaki García Arrizabalaga es Doctor en Ciencias Económicas y Empresariales y profesor del Departamento de Marketing de la Universidad de Deusto. Sin embargo, no acudió al Colegio Mayor para formar a los estudiantes en materia de Gestión de Marketing o Investigación de Mercados. El colegial Joseba Unzaba lo invitó para que les hablase sobre el proceso de duelo y de perdón, a partir de su testimonio personal como víctima del terrorismo.
El duelo y el odio
Iñaki tenía 19 años cuando un 23 de octubre de 1980 los Comandos Autónomos Capitalistas, una escisión de ETA, asesinaron a su padre, Juan Manuel García Cordero. Era delegado de Telefónica en Guipúzcoa, un trabajador “normal” que no estaba implicado en el mundo de la política, como asegura su hijo. Por eso su muerte, además de una tragedia, fue una totalmente inesperada para la familia.
El profesor recuerda poco los días que sucedieron a la fecha del atentado, puesto que estaba sumido en un “shock traumático brutal”. “Pasada una semana, nos quedamos en la soledad más absoluta”, explicó. Su madre reunió a sus hermanos y les propuso irse a vivir a Madrid, pero en San Sebastián habían hecho su vida y optaron por quedarse. “Fue una decisión muy valiente, pero durísima. Yo me di cuenta del daño que habían hecho a mi familia y empecé a sacar las uñas contra ese mundo. Pensaba que como buen hijo lo que me tocaba era rechazarlo. Así es como entré, sin darme cuenta, en una espiral de odio”, confesó. “El odio es un mecanismo terriblemente exigente y militante. Es un dicotomizador de la realidad, te crea un filtro distorsionador que te simplifica terriblemente la existencia: es conmigo o contra mí. Y yo no me daba cuenta. Pero mi madre sí”.
En 1984 su madre le inscribió al programa Erasmus por el que terminó la carrera en una universidad de Londres. “Ahí es cuando me planteé qué estaba haciendo, me di cuenta de que me estaba arruinando la vida. Era un muerto en vida. El primer perjudicado de ser una máquina de odio era yo mismo”. Fue entonces cuando pensó si quería seguir siendo así para el resto de su vida. “Toqué fondo y decidí salir”.
A su vuelta, reconoce que pasó años aún más duros. De nuevo se le presentó la oportunidad de irse a vivir fuera, pero decidió quedarse. En 1986 crearon en Guipúzcoa la Asociación por la Paz de Euskal Herria y desde entonces lleva trabajando por el encuentro entre diferentes y la reconciliación.
El encuentro y el perdón
El profesor de marketing explicó que en su profesión enseñan a ponerse en los zapatos del consumidor, a ser empático. “Siempre he tenido esa empatía, he tenido facilidad para fijarme en el sufrimiento ajeno. Por eso lo primero que hice fue buscar qué más víctimas había”.
Iñaki ha acudido a distintos encuentros con víctimas de ETA, de los GAL y familiares de etarras, entre otros, que le han ido marcando. “Lo que queríamos decir era: vale de matar y de que cada uno llore a sus propios muertos. El sufrimiento humano está a un único lado de la balanza”.
El encuentro que más le marcó fue el que mantuvo en 2011 con Fernando de Luis Astarloa, antiguo miembro de ETA, que solicitó una entrevista con una víctima cuando estaba en la cárcel. Iñaki le contó el terrible sufrimiento que habían causado en su familia y le preguntó el porqué de sus acciones. “La perversión de la lógica militar radica en que se quita cualquier vestigio de la humanidad, no ven personas sino objetivos militares. En la vorágine de la militancia cuanto más es mejor, no te paras a pensar”, dijo Iñaki. Comentó que cuando Fernando entró en la cárcel es cuando se paró a pensar y se preguntó qué estaba haciendo con su vida. “Como antiguo miembro de ETA me pidió perdón a mí y a mi familia. Eso me impactó. Creo que si las personas se arrepienten de verdad merecen una segunda oportunidad, sea cual sea su delito. Y esa persona estaba arrepentida. Le dije que le perdonaba y que me gustaría que pidiera perdón a las familias de las víctimas”.
Ahora Fernando ha salido de la cárcel y se ve dos o tres veces al año con Iñaki, que defiende que la finalidad del sistema penitenciario no es solo punitiva, sino restaurativa: “De eso se trata, de recuperar a las personas para que puedan vivir en sociedad”.
La lección por aprender
El mensaje final que quiso dar fue que cada víctima es un mundo y que nadie es mejor o peor por perdonar u odiar. “Lo que las víctimas reclamamos es, en primer lugar, el derecho a saber la verdad, a conocer qué pasó. También el derecho a la justicia, no vengativa, pero que quien deba ser juzgado lo sea. Y, por último, el derecho a la memoria”.
En este último punto se dirigió de manera especial a los estudiantes. “No podemos cambiar el pasado, pero sí la lectura que hacemos de él. Toca aprender la lección, ¿y cuál es? Que el fin no justifica los medios. Los derechos humanos son absolutos, no se pueden relativizar”.
El encuentro se alargó hasta entrada la noche, porque los estudiantes no cesaron de preguntarle al invitado sobre distintos aspectos: qué cambiaría de lo que pasó si pudiera, cuál es su opinión el papel de las víctimas en la sociedad e incluso en la política…
Gracias, Iñaki, por querer compartir con nosotros tu experiencia, y gracias a los colegiales por organizar este interesante encuentro.